Kis vivió el primer año de vida encerrada en una habitación de 1m2 con el objetivo de engordarla y asesinarla para consumo humano.
Cuando llegó al santuario sólo sentía terror, nunca había tenido contacto amistoso con humanos ni con otros animales, no , sabía comer ni beber, sólo comía si le hacíamos una papilla. Apenas caminaba y estaba llena de traumas.
Poco a poco, durante el tiempo que lleva en el santuario, ha ido cerrando algunas de esas heridas, aprendiendo a comer (le encantan los kiwis), a beber, a relacionarse, dando pequeños paseos, disfrutándo del barro o acostándose al sol. Aún le queda un poco de camino para librarse de todos los traumas que le produjeron, pero poco a poco, con paciencia y mucho amor, su vida va mejorando.
Le gusta observar a Luci y sus hijos, pero aún le asusta sentirlos cerca. Esperamos que pronto pueda disfrutar de la compañía de otros de su misma especie. Mientras, disfruta cada vez que Mila, una de las primeras gallinas que llegaron al santuario, le hace una visita.